El lobo y el cordero estaban ya cansados de formar parte de parábolas, fábulas y cuentos para niños. Especialmente el lobo, al cordero más bien le fastidiaba ser interrumpido de su hora del almuerzo (que duraba todo el día) para hacer su papel, el único que siempre ha sabido hacer a la perfección.
El lobo por su parte, tenía varias cosas en la mente. Pero principalmente quería dejar de participar de esas (según él) inútiles fábulas que además de no significar nada para él, en la mayoría de las ocasiones lo obligaban a dejar libre a la oveja antes de siquiera hacerle un rasguño. Regularmente, las fábulas iban de eso. El cordero por su parte aprovechaba estos dramáticos encuentros controlados, para hablar de ella misma con sus similares como una sobreviviente, un guerrero mítico que se enfrentó al lobo y consiguió la victoria, no solo escapando de él, sino dejándolo más hambriento y cansado que nunca. La realidad es que el lobo simplemente dejaba huir a la oveja.
A menudo la oveja no se conformaba solo con huir, sino que una vez segura de que en el cuento no figuraba su muerte. Se encargaba de acosar al lobo arrojándole piedrillas con sus diminutas pezuñas, o cagándose en su camino para que el lobo eventualmente se ensuciara de mierda. Esa era una de las cosas que el cordero hacía muy bien.
El lobo andaba dubitativo y hambriento, y aunque no podía evitar sentir mucha hambre cada que miraba una oveja a lo lejos, usualmente solía desistir de intentarlo. Las funciones eran tan extenuantes que seguramente su proximidad al cordero solo serviría para apresurar el comienzo de un nuevo drama.
Así pues, antes de que por accidente se topara con una oveja, el lobo tenía que apresurarse a comer lo que encontrara a su paso. Su dieta por lo regular se trataba de pasto, piedras o incluso insípidos escarabajos y arañas.
Tardó mucho en notarlo, pero el can por fin se dio cuenta de que había un truco en todo esto. Aquel ser que inventaba las historias depositó al azar un valor en el lobo y la oveja, que además era totalmente arbitrario. En esa repartición de papeles, el lobo fue menos afortunado, pues mientras a él le tocaba representar todas las cosas malas y astutas, el cordero había conseguido encarnar el papel de la virtud, las cosas buenas y simples. La elección de actores fue tan aleatoria, que así como se eligió un lobo, pudo ser un gato; así como un cordero, pudo ser un asno. No existía nada peculiar en ninguno de ellos que justificara su personaje.

Mientras a la oveja gorda y limpia le eran concedidos toda clase de honores y comodidades, al lobo flaco y cansado se le perseguía duro por sus impulsos supuestamente diabólicos y a menudo era blanco de escarnio por parte de las ovejas. El ser desequilibrado que inventaba los cuentos, pocas veces alimentaba al lobo, y cuando lo hacía, solía ser bajo acusaciones de perjurio y penosos castigos por cosas que ni siquiera estaban en su naturaleza. Es por esa razón que el lobo de los cuentos es siempre famélico y deprimente.
No obstante, la perezosa oveja no paraba de quejarse cada que era llamada a escena, el alimento y cuidado constantes le dieron tal seguridad de sí misma, que incluso en un signo de arrogancia determinó que el lobo no era digno de cazarla. Como digo, ambos estaban ya hastiados de participar en el cuento, uno por cansancio, el otro por flojera.
Un día, estaba el lobo regresando de su faena, casi ciego y sordo a causa del hambre, cuando de pronto notó que algo se movía en la espesura de la vegetación. Se acercó y mientras lo hacía, solo esperaba que no fuera otro borrego charlatán que quisiera hacerse de una historia a costa de él; a esas horas lo único que esperaba era dormir. Se internó pues entre la hierba, y no tardó en encontrarse con que una liebre desesperada por huir intentaba pasar a través de un hueco en la tierra que no tenía salida, sino un fondo a penas pequeño. El lobo recordó que se trataba de un agujero que días antes había hecho para comer algunas raíces. Por sí mismo el lobo no es un animal astuto, así que tardó en darse cuenta de que ese agujero se convirtió por casualidad en la trampa de la liebre.
Cuando reaccionó, tiro del conejo fuera del hoyo y lo recostó frente a él, se notaba en los ojos de la liebre un dejo de resignación que no tardó en convertirse en desconcierto. El lobo miró fijamente a la liebre tendida entre sus patas por un buen rato, entonces ella le dijo al lobo:
-¿Qué estás haciendo lobo idiota?
Con esas palabras , el lobo salió de su trance y respondió:
-No lo sé, ¿no vas a balar y suplicar por tu vida? ¿No tienes que escapar y fingir que te hice daño?
La liebre se quedó perpleja después de esto, nunca hubiera esperado de un lobo tal clemencia y torpeza, después de sonreír un poco, respondió con desdén:
– Lobo amigo, soy una liebre y tú un lobo, me capturaste, y ahora has de comerme.
Dentro de sí, la liebre comenzaba a sentirse avergonzada por la posibilidad de que el lobo tuviera piedad con ella a causa del sentimiento más vil que existe: La condescendencia. Ella no hubiera podido seguir su vida después de ser absuelta por un lobo, el estigma de “la lástima” hubiese torturado a la liebre por el resto de sus días.
El lobo le dijo:
-Entonces, ¿De esto se trata?
-Así tiene que ser lobo.
-Esta bien liebre, adiós.
Dicho esto, el lobo reventó la cabeza de la liebre con la fuerza de su hocico, y la arrancó de cuajo. Devoró al magnífico animal de solo tres bocados.
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